miércoles, 17 de junio de 2009

Una de las cosas que diferencia al escritor del simple escribidor, creo haberlo entendido, es la disciplina.

Y la calidad.

Y es que, supongo, un escritor debería poder escribir a voluntad. Fijar una idea en la mente y poder producir un texto de una calidad uniforme así no tenga a la diosa de la inspiración fijada y establecida en la mente. Y eso se logra con disciplina (¿Qué no se logra con disciplina?) y aquellos que tenemos cierta falta de disciplina interna pues nos encontramos con que no siempre podemos escribir sino que tenemos que esperar que nos den ganas de escribir.

Aunque pasen meses.

Y hoy, como pueden imaginarse, me nació escribir.

Y escribo.

Y me nació por que de pronto existen esas cosas que no necesariamente tienes que transmitirlas al resto sino que, simplemente, deseas ponerlo en escrito. Intentaré concretizar con un ejemplo. Es como si sólo quisieras ver en blanco y negro tus ideas y entenderlas. Deshacer el nudo. Osea, tienes todas la ideas agolpadas en la cabeza y sabes que son tuyas y las llegas a comprender en su integridad pero te gustaría mucho verlas ordenadas y formando un texto uniforme y coherente. Por eso las quieres escribir y no precisamente por que consideres que tienes que comunicarte.

Personalmente tengo a las personas a quienes quisiera decirle algo al alcance de la mano ya que, mientras ésta alcance al celular que está en el bolsillo, puedo comunicarme fácilmente con quien necesite. Estan todos cerca y están todos ubicables. Así sean bastantes, puedo - armado de paciencia - llamar a todos y decirles lo que pienso. Las bondades de la línea abierta. Aunque ahora me pongo en pensar que no podría llamar a todos a quienes quisiera llamar por cuestiones geográficas pero de lo que se trata es de que me entiendan la idea, no de que le quitemos validez a mis conjeturas. Entonces, si quiero decir algo, simplemente lo digo. Repito, no es precisamente el deseo de comunicar lo que me hace escribir. Es algo mucho más simple.

Siempre he visto este blog como mi cuaderno de apuntes. Por eso importa poco si alguien me sigue la cuenta de lo que escribo o de lo que no. Releyendo lo escrito encuentro muchas sandeces y muchas cosas que se escribieron en un momento en que se perdió el sendero. Y sé que, luego de tres meses sin escribir un pomo, posiblemente este texto sólo lo termine leyendo yo. Y es que acá viene mi siguiente idea.

Si resulta que no escribo para comunicar nada y si resulta que no se convierte en un elemento esencial el hecho que alguien lea lo escrito, pues termina siendo evidente que escribo para mi mismo. Un acto egoísta.

Pero ¿realmente egoísta? No lo creo tanto. Por que, si fuera un acto realmente egoísta, no lo haría público ni lo pondría en un medio potencialmente público. Sería más bien una de esas composiciones de servilleta que están condenados a irse al papelero junto con la boleta por consumo de dos cafés y un pan con huevo frito.

Divagaciones.

Y cuando uno empieza a divagar debe ser por que, entre otras cosas, tal vez ya no tenga ganas de seguir escribiendo.

Digo, es un decir.