viernes, 4 de marzo de 2011

Kolynos.

Como para que nadie diga que la mente de la persona que trabaja sólo produce pensamientos relacionados a su trabajo (o para que se diga que no me concentro tanto en el trabajo como aparentemente lo hago), el otro día estaba trabajando y me vino a la cabeza la marca "Kolynos".

Cual resorte activado por secreto gozne levanté la cabeza y miré mi pantalla. ¿Existe aún la marca "Kolynos"?, me pregunté. La duda me empezó a carcomer por dentro y es que, te voy a ser sincero, yo no soy un gourmet en lo que a elección de pastas dentales se refiere. Hace un buen tiempo que estoy enganchado con una sola marca y mi rito de compra se limita a acercarme a la góndola, coger dos o tres cajas de esa marca e irme a ver otra cosa más jugosa. Un buen bife ancho, por ejemplo.

Y bueno, la verdad sea dicha, a mi no me sedujo nunca el poderoso sabor a kolynos que tiene el Kolynos. Es por eso que no compro Kolynos. No creo haber comprado un Kolynos en los últimos 15 de mis 30 años. Y no siento mayor remordimiento, te diré, eh? Y debe ser que, hoy por hoy, en mi cerebro no pasen de medio millón las conexiones neuronales que le dedico a esa marca.

Mi madre tenía, guardados dentro del ropero del que fue su cuarto y unos años después el mio, una extraña y apetecible colección de revistas de los años 5o y 60. Extraña por que usualmente uno no suele ver tanta hoja impresa de unos 30 o 40 años atrás arrumados sin ningún orden lógico aparente. Y apetecible por que, a falta de láminas Huascarán, nada como un buen "Life" del 64 para ilustrar tu tarea.

Pero no sólo eran "Lifes" o laifes, si te es más cómoda la lectura, sobre el asesinato de Kennedy o los viajes espaciales o lo malo que son los rusos. También habían algunas brasileñas traducidas al español que se llamaban "O Cruzeiro" y del que sólo recuerdo un dibujito simpaticón cuyo protagonista era un verdadero hijo de puta al que se conocía por el sobrenombre "El amigo de la Onza". Y, claro, las Billiken. Clásicos de la literatura infantil argentina que mis hermanos y yo las volvimos a gozar a pesar de que fueron importadas para la lectura de una - aún infante - madre mía. De las Billiken si tengo más recuerdos aunque me hicieran un sancochado en la cabeza en lo que a historia se refiere. Ello porque no sabía donde poner, entre Francisco Pizarro y Alfonso Ugarte, al Virrey Liniers, a Cornelio Saavedra o a Domingo Faustino Sarmiento. Años después me dí cuenta que la revistita de marras venía de otro país y era por eso que, en sus dibujos de los niños en la escuela, todos tenían pantaloncitos cortos y un mariconsísimo guardapolvo blanco - al igual que las niñas - en vez del viril uniforme negroplomo que usábamos acá.

Y bueno, que en esas revistas habían avisos de Kolynos. Avisos muy sesenteros que ahora darían ternura por lo monses que resultaban ser (¿Con que rima "adivinos"? Pues con "Kolynos"). Creo que esas publicidades - ya cuarentonas cuando llegaron a mi vista - fueron las que motivaron la llegada de algún Kolynos a mi casa. Eso y las pocas marcas con que contábamos antes. Y es que antes, de verdad, no habían tantas cosas. Ahora tenemos dentífricos con componentes especiales hasta para limar el serruchito de los incisivos. Antes eran Kolynos, Colgate, Close Up y esa de rayas blancas y rojas que no recordaba cómo se llamaba.

Pero lo que es realmente destacable es que pasó con Kolynos lo que pasa con esas marcas que, de tan caballerosas, se terminan volviendo sustantivos comunes. Como el Ace, pe, que se debe pronunciar como se escribe: "ase" y no "eis" como seguramente quisieron aquellos a quienes se les ocurrió llamar así a su detergente en polvo. Yo aún recuerdo los Kolynos antiguos. Esos que eran totalmente amarillos y venían en tubo antiguo, ese de metal. Ese que podías hacer rollito empezando desde el fondo y que, de tanto aplastar y enderezar, terminaba pasando a tus manos pequeños pedazos de la pintura exterior. Que tenían tapita rosca verde petroleo y que estaban tapados en la boquita con una ligerísima lámina que debías perforar con la puntita que, habilidosamente, los fabricantes habían puesto justo dentro de la misma tapita. Un placer.

Esos Kolynos recuerdo yo.

Luego alguna vez vino al Perú mi única tía que vive en Estados Unidos y trajo pastas dentales de las más peculiares. Envases distintos al chisguete metálico de toda la vida y pastas loquísimas de colores azules, verdes, con rayas rojas y azules. Recuerdo aún como me fascinaba la pasta Crest que no era blanco como el Kolynos sino que era de un celeste turquesa y tenía, adentro, cositas blancuzcas que le daban un no sé qué de espacial al menjurje ese. Y recuerdo además una tía que nos prestó su casa para pasar un verano y en cuyo baño descubrí, cual novedosa novedad, el primer Kolynos que no venía en un chisguete metálico como todos los demás sino que venía ya en uno de plástico igual al que hoy por hoy es el común. Recuerdo haber entrado a hurtadillas a su baño privado y coger el chisguete con curiosidad, sentir la textura del nuevo material y la suavidad de su contenido, la comodidad de la rosca en la tapa y cómo resultaba imposible de hacer rollito desde la cola. Todo eso por la pura curiosidad que me generó esa novedad dentífrica que venía de Brasil, intuí, por que todo estaba escrito en portugués que, a mis nueve años, reconocía por ser parecido al castellano solo que con muchas "ao".

Claro, después también probé cómo salía la pasta ante la presión y, con esa excusa, le vacié el Kolynos a mi tía en el water y lo mandé todo al desagüe sólo para probar que el nuevo envase también servía de globo y, ante un buen soplido, el tubo vacío podía parecer lleno aunque no tenga nada adentro. Eso, sí, lo hice por puras ganas de joder.

Entonces, cuando de pronto levanté la cabeza y me pregunté si seguía existiendo la marca Kolynos, recordé todas estas cosas y la bendita marca me pareció entrañable. Es más, concluí que sería una real pena si la marca ya no existiera. Me puse a hacer memoria y, caramba, no recordaba haber visto un Kolynos hace mucho tiempo. ¿Les hablé ya de cómo compro yo el dentífrico? Bueno, precisamente por eso es que no recordaba si aún vendían o no Kolynos. Me casi convencí de que, durante todo este tiempo en que yo hice las cosas automáticamente, dejó de existir el Kolynos y que la vida tal como la conocí perdió parte de su encanto.

Luego opté por googlear y eso me calmó un poco el drama. Kolynos sigue existiendo, tal como lo dice la página de la Wikipedia en portugués, sólo que ya no es una empresa autónoma porque la marca fue comprada por Colgate hace varios años. Eso me supo a chicharrón de sebo porque imaginarme que Colgate compre a Kolynos es como pensar que el Flamengo compre al Fluminense. Osea, hay cosas que están en el mundo para competir, pues. Menté la madre a Colgate pensando que habían comprado la marca para hacerla desaparecer pero en la página de Colgate-Palmolive me dijeron que seguían vendiendo Kolynos que, también, sigue teniendo su encanto porque mientras hay Colgates para todos los gustos, Kolynos sólo hay uno. Por lo menos en Brasil.

Producto de la búsqueda recordé también que la marca esa que ya no se vende pero que tenía rayitas rojas y blancas se llamaba "Signal". Para la trivia.

Mi nostalgia, no obstante, no se consuela tan fácilmente y me dio la lata con eso de que "de qué sirve que la vendan en Brasil si yo no vivo en Brasil". Así que, si es que no la seguían vendiendo en el Perú, definitivamente la vida tal como la conocí había perdido parte de su encanto.

Pero la internet, aunque algunos digan lo contrario, no tiene todas las respuestas y no pude saber si se seguía o no vendiendo Kolynos en el Perú.

Durante la hora de almuerzo crucé la carretera y me dirigí a Plaza Vea. Efectivamente, entre Dento y Colgate, estaban los Kolynos. La vida, tal como la conocí, no había perdido parte de su encanto.

Dos días después volví a ir a Plaza Vea a comprar una pasta dental para tenerla en la oficina. En mi casa aún tengo provisión de la marca que uso pero el chisguete que tenía en la oficina se había acabado y necesitaba otro. Así que llegué a la góndola pero me detuve, lo pensé, y con sonrisa dibujada en la cara, compré un Kolynos. Kolynos grande, todavía.

Luego de almorzar, empecé mi camino de regreso a la oficina con la expectativa de lavarme los dientes y volver a sentir el fresco sabor de la pasta dental. Me imaginaba sintiendo la suavidad de la pasta extendiendose entre mis dientes y generando la espuma necesaria. Recordaba la pasta, inmaculadamente blanca, pero con una consistencia fuerte, casi sólida, que se acomodaba en el cepillo de forma correcta y lograba hacer esa colita de chancho que se hace cuando dejas de presionar el tubo y lo levantas para taparlo.

Ya en el baño, estrenando cepillo también, procedí a abrir la caja amarilla, saqué el tubo plástico igualito al que le vacié a mi tía hace 21 años, destapé y presioné. Salió una pasta blancuzca que, de tan blanda y poco consistente, parecía más bien esos jabones-espumas que están de moda en los restaurantes. De vista no era el Kolynos de toda la vida. La vida, tal como la conocí, había perdido alguito de su encanto.

Pero no todo, en algo sigue igual. Esa pasta sigue teniendo aún ese desagradable sabor a kolynos. Fue ahí donde recuperé la cordura y recordé que, la verdad sea dicha, a mi no me seduce el poderoso sabor a kolynos que tiene el Kolynos. Debe ser por eso que no compro Kolynos. La nostalgia no siempre es una buena consejera. Digo, es un decir.