Leyendo
este post del blog de Laura recordé mi paso por el aeropuerto Ministro Pistarini de Ezeiza. Debo antes reconocer que mi historia no es tan entretenida como la de Laura (ni mi prosa tan ágil) pero, si no lo escribo acá ¿dónde lo escribiría?
El vuelo de regreso a Lima salía a las ocho de la noche, hora argentina, yo llegué dos horas antes a pesar del piquete que bloqueaba la autopista que lleva al aeropuerto. Los argentinos reclamaban porque hacía frío. Bueno, en realidad reclamaban por que hacía frío y el gobierno no había cumplido con abastecer la cantidad de gas necesaria, por eso no funcionaban las calefacciones y hacía frio. Así que, nada mejor para calentarse que bloquear la autopista que va a Ezeiza para que los que viajamos a tierras mas cálidas (aunque también frías) nos llevemos, además de la alegría de haber estado en Buenos Aires, un ligero susto ante la posibilidad, pequeña, de no llegar antes de que el avión se vaya.

Terminal de salidas de EzeizaUna vez en Ezeiza, y con el check in ya impreso, luego de pagado el impuesto (mas barato que en el Perú donde, a pesar de todo, 30 dólares y algo más me sigue pareciendo caro) procedí a irme a la sala de embarque. Durante el trámite migratorio confirmé definitivamente una idea que ya me estaba dando vueltas a la cabeza y es que, nadie te sonríe. No importa que tu seas un sujeto despreocupado del mundo y que andes feliz con una serena sonrisa en tu rostro, los sujetos de migraciones te miran a la cara y no les consigues arrancar ni el menor rictus agradable. Ni siquiera acá en el Perú ya que mientras te desean feliz viaje te miran seriamente. Al inició creí que esa falta de alegría en la atención era el efecto que causaba mi pasaporte marrón con ese simpático escudo y las letrotas doradas que decían "REPUBLICA DEL PERU". Que éste los alertaba a mirarme seriamente y a sopesar si por casualidad mi sonrisa no era una de alguien que está de vacaciones y feliz sino la ladina treta de quien está planeando un atentado de escala mundial. Pero esa paranoica idea se me fue cuando me di cuenta que en las ventanillas especiales para argentinos, tampoco sonreían. Se me ocurre una nueva frase: en vez de decir "gastar pólvora en gallinazo" (que ya nadie gasta por que jamás he sabido que aún haya alguien que les dispare a los gallinazos) habría que decir "gastar sonrisas en migraciones".

Pensé en cambiar los pesos que me quedaban por soles, lo que hubiera facilitado mucho el regreso del aeropuerto a mi casa mas, ante el aun doloroso recuerdo de la casi estafa de la que fui víctima al cambiar dinero en el aeropuerto recien llegado a Buenos Aires (me redujeron el cambio de 3.1 a 2.74 y yo, hecho un completo pelotudo, cambié), pensé que mejor me compraba cualquier otra cosa. Aunque sea cigarros. Compré un cumplidorísimo libro de Quino que me costó 18 pesos con 50 (lo mismo en soles). Una vez acá descubrí que ese libraco cuesta 41 soles, negocio redondo.
Para esto debo recordar que mi mochila ya había sido dejada en el equipaje y que, luego de años de viajes incomodísimos, aprendí a viajar ligero, con ropa ligera y sin cargar absolutamente nada más que mi canguro y un libro (lo que resulta muy cómodo hasta que al canguro se le ocurre empezar a saltar ... chiste tonto, lo sé, pero si no lo hacía ahora, no lo hacía nunca). Entonces, así ligero como estaba, me puse a ver las cosas del duty free. Aún quedaba mas de media hora para el viaje.

En toda mi vida sólo he comprado dos cosas en un duty free, la primera al salir de Bolivia donde compré un cartoncito de cigarros y la segunda, ésta, en Buenos Aires que compré un libro de Quino. Y es que en realidad no me gusta el Whisky y no soy tan fanático de los chocolates como para comprar barras de Toblerone de un kilo. Deberían haber libros en los Duty Free. Además que siempre tengo la reserva de comprar en Aeropuerto. Me parece que cada cosa te la venden exageradamente cara y lo que a mi me molesta no es tanto el precio como el sentirme que se están aprovechando de mi como si me encontrara en una situación urgente de necesidad. ¿Quieres una gaseosa? Entonces, como eres un pobrecito infeliz, me vas a pagar 5 soles por la de medio litro. Entonces, a no ser que sea imprescindible ... no compro. Pero sí me gusta dar vueltas, ver los vinos, los relojes, los lapiceros.
Y en esas anduve hasta que ... reparé que en todo el rato que llevaba en el aeropuerto no había escuchado la clásica voz que, en un castellano lamentable y en un ingles ininteligible te avisaban que la aerolínea tal anunciaba la salida/llegada de su vuelo número cuchumil procedente de la ciudad de Timbuktu (en realidad es graciosísimo cuando la máquina pronuncia "Tarapoto"). Llevaba casi dos horas desde que llegué al aeropuerto y me pareció raro que nadie anunciara ningún vuelo. Mi primer pensamiento me llevó a la idea de que no salían vuelos, que me habían retrasado el regreso a la patria. Por ello me propuse ir a ver a uno de los tantos televisores que tienen el rol de vuelos que abundaban por todo lado. Fue cuestión de un pequeño instante el ver mi reloj marcar 19:56 (mi vuelo era a las 20:00), levantar la mirada a la pantalla, ubicar mi vuelo y cerciorar que al costado, en letras rojas, decía "LAST CALL". De pronto empecé a caminar muy rápido tratando de encontrar mi puerta de embarque dándome cuenta que me fui feliz de la vida hasta el otro lado confiado yo, despistadísimo, que en todos los aeropuertos del mundo una máquina me diría que "Lan anuncia la salida de su vuelo Nº 429 con destino a la ciudad de Lima, pasajeros sírvanse abordar por la puerta Nº 13" o, aunque sea por caridad humana dirían: "Ultima llamada a los pasajeros del vuelo Nº 429 de Lan con destino a la ciudad de Lima, el avión está por partir".

Cuando llegué a mi puerta encontré a la última aeromoza dirigiéndose a cerrar la puerta de vidrio que daba hacia la manga. Felizmente llegué a sentarme en el avión y luego de cuatro horas estaba aterrizando en mi hogar. Por un momento me imaginé golpeando el vidrio hermético y gritando desesperadamente mientras veía las luces de mi avión alzar vuelo. La siguiente imagen que imaginé fue mi mochila dando vueltas y vueltas en la faja de equipaje de un Jorge Chávez totalmente vacío esperando que alguien la recoja.
La próxima vez que tome un avión en Ezeiza (que será dentro de un mes y medio) no me he de mover de mi puerta de embarque. Por si acaso. Digo, es un decir.
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