Heme aquí, nuevamente en el terminal de la ciudad de Chimbote dispuesto a tomar mi bus que me lleve a Lima, de vuelta a mi casa y a mi cama, en la que espero echarme apenas pise mi cubil.
Estoy pensando seriamente en alquilarme un depa acá en Chimbote, así no voy a sentirme tan extraño en esta ciudad que visito con tanta regularidad. Por lo menos ya me conocen en los sitios donde almuerzo y desayuno. Ahí está el patín de los jueves, supongo que dirán.
A pesar que no he sido ajeno a los viajes, creo que nunca como este mes de enero que acaba de terminar he estado tantas veces en un bus. Lo que me recuerda el viaje del año 2000. Para junio del 2000 hacían ya seis años que no iba a Cusco y ya empezaba a extrañar. Un día de esos, en el estudio en que practicaba, me mandaron al Banco de Crédito y mientras esperaba sentado a que aparezca mi número en la pantalla, ésta se pasó un clip de la plaza de armas del Cusco. Luego de verlo tomé una determinación. "Este año no termina sin que me vaya al Cusco". Busqué quorum entre mis amigos pero, como es clásico en ellos, "arrugaron como locas". Así que no me quedó otra que planear el viaje sólo.
A pesar que tenía ya 20 años, los únicos viajes sólo que había realizado eran los que me llevaban y traían de Huancayo. Y aunque irse de viaje no es una "gran y peligrosa hazaña", igual me imaginé que podría enfrentarme a la reticencia de mi madre, mi padre y mis hermanos. La sobreprotección al menor, se entenderá.
Por el contrario, si bien la idea no entusiasmó, tampoco encontré trabas. Mas bien encontré auspicios. Mis hermanos se portaron con 50 cocos cada uno y mi viejo con algunas fichas. Mi madre por otro lado me procuró el pasaje de vuelta (por avión). Ahora que me pongo a pensarlo, así resulta sumamente fácil irse de viaje. Pero la historia que merece la pena recordar no es esa sino lo que fué el viaje por tierra.
Decidí que el pasaje de ida lo iba a pagar con mis ahorros y, en el año 2000, éstos a las justas me alcanzaban para comprarlo en el buen Cruz del Sur (que a medida que voy escribiendo estos posts me voy dando cuenta que me ha acompañado mucho tiempo. Y pensar que alguna vez tuve que ponerles una demanda bien cochina que, según me enteré, sigue en trámite en algún juzgado comercial de Lima). El viaje implicaba un trasbordo en la ciudad de Arequipa. Mi viejita jura y rejura que yo conocía Arequipa ya que, cuando tenía tres años, fuimos todos. Lo que no tiene en consideración es que yo, de esa época, recuerdo un pomo.
El viaje se inició un 31 de agosto a las cinco de la tarde. Casi no llego a la salida del bus y pensar que había solicitado que me esperen en el terminal para que me despidan. Hasta ese momento, nunca había pasado mas de ocho horas en un bus, por lo que el viaje a Arequipa se me hacía novedoso. El plan era el siguiente: Salía a las cinco de la tarde de Lima, llegaba a las ocho a Arequipa (según me rejuraron en la agencia). A las ocho y media tomaba el trasborto a Cusco a donde llegaba a tiro de nueve o diez de la noche. El carro llegó a Arequipa a las nueve y media.
Eso implicó que perdiera el trasbordo, lo que me permitió contar con algunas horas para conocer algo de Arequipa. Algo conocí. El siguiente carro a Cusco salía a las cinco de la tarde. Esperaba un cumplidor bus semi-cama igual al que me llevó a Arequipa pero me encontré con un desvencijado bus de asientos "reclinables" (ni siquera llegaba a calificar como semi-cama). El problema no es que yo sea un comodín (que con los años lo fui siendo) sino que la longitud de mis piernas hacía que yo sufriera en los angostos asientos reclinables de ese carrito. A las dos horas de viaje y en medio del yermo paisaje Arequipeño (una vez que dejas la campiña, Arequipa se torna un departamento mas bien opaco con extensas excepciones, felizmente) la desesperación empezó a cundir en mi. Sentados adelante mío, unos buenos gringos mochileros tomaban muy alegremente ron en la tapita de la chata, impregnando con el dulzón olor todo el carro. El bus paró en cada humilde aldehuela que se encontraba en el camino. Empezó a subir gente que viajó parada. Una persona subió con dos carneros amarrados que se quejaban a cada bache. Me empezó a dar soroche (a mi que viví en sierra la mitad de mi vida) y el aire que entraba por la rendija que dejé abierta era sinceramente gélido. Si a eso le sumamos que el asiento de adelante mío, al reclinarse, se apoyaba en mis rodillas y que mi propio asiento, al reclinarlo, no hacía sino aumentar la presión sobre las mismas; se entenderá que fue el viaje mas incómodo que tuve.
En algún momento de la larga noche, y antes de que pidiera a gritos "que pare el bus que me quiero bajar en este mismo punto olvidado de Dios", prendí mi walkman y puse al buen Rubén Blades. El casé me lo conocía de memoria pues lo había escuchado ene veces. Yo sabía muy bien que despues de "Cuentas del Alma" empalmaba con "Manuela". Así, escuchando "Cuentas del Alma" asumí que el viaje terminaría en algún momento, que no no me iba a morir y que o me dormía o me desmayaba pero llegaría a Cusco y nunca mas me subiría a un servicio "Ideal" de Cruz del Sur. Cerré los ojos y, cuando los abrí, sonaba "Manuela". Lástima - pensé - no dormí nada. Pero al ver la luz del amanecer y verificar mi reloj di cuenta que no había sido sólo una pestañeada de una canción a otra sino que me había dormido - o desmayado - durante tres horas, es decir, tres vueltas enteras del casé. La llegada a Cusco se me hizo sublime y el viaje de vuelta en avión, mucho más.
Hoy tenía que salir de Chimbote a la una en punto en mi cumplidor servicio Cruzero - el de la poltrona - pero el carro se malogró. Me ofrecieron salir a la 1:30 en el carro del servicio "Ideal". Son las 2:05, estoy esperando el Cruzero que sale a las 2:30. Prometí a mis piernas no volver a treparme a un "Ideal" y, hombre, hay algunas promesas que yo siempre voy a cumplir. Digo, es un decir.
Estoy pensando seriamente en alquilarme un depa acá en Chimbote, así no voy a sentirme tan extraño en esta ciudad que visito con tanta regularidad. Por lo menos ya me conocen en los sitios donde almuerzo y desayuno. Ahí está el patín de los jueves, supongo que dirán.
A pesar que no he sido ajeno a los viajes, creo que nunca como este mes de enero que acaba de terminar he estado tantas veces en un bus. Lo que me recuerda el viaje del año 2000. Para junio del 2000 hacían ya seis años que no iba a Cusco y ya empezaba a extrañar. Un día de esos, en el estudio en que practicaba, me mandaron al Banco de Crédito y mientras esperaba sentado a que aparezca mi número en la pantalla, ésta se pasó un clip de la plaza de armas del Cusco. Luego de verlo tomé una determinación. "Este año no termina sin que me vaya al Cusco". Busqué quorum entre mis amigos pero, como es clásico en ellos, "arrugaron como locas". Así que no me quedó otra que planear el viaje sólo.
A pesar que tenía ya 20 años, los únicos viajes sólo que había realizado eran los que me llevaban y traían de Huancayo. Y aunque irse de viaje no es una "gran y peligrosa hazaña", igual me imaginé que podría enfrentarme a la reticencia de mi madre, mi padre y mis hermanos. La sobreprotección al menor, se entenderá.
Por el contrario, si bien la idea no entusiasmó, tampoco encontré trabas. Mas bien encontré auspicios. Mis hermanos se portaron con 50 cocos cada uno y mi viejo con algunas fichas. Mi madre por otro lado me procuró el pasaje de vuelta (por avión). Ahora que me pongo a pensarlo, así resulta sumamente fácil irse de viaje. Pero la historia que merece la pena recordar no es esa sino lo que fué el viaje por tierra.
Decidí que el pasaje de ida lo iba a pagar con mis ahorros y, en el año 2000, éstos a las justas me alcanzaban para comprarlo en el buen Cruz del Sur (que a medida que voy escribiendo estos posts me voy dando cuenta que me ha acompañado mucho tiempo. Y pensar que alguna vez tuve que ponerles una demanda bien cochina que, según me enteré, sigue en trámite en algún juzgado comercial de Lima). El viaje implicaba un trasbordo en la ciudad de Arequipa. Mi viejita jura y rejura que yo conocía Arequipa ya que, cuando tenía tres años, fuimos todos. Lo que no tiene en consideración es que yo, de esa época, recuerdo un pomo.
El viaje se inició un 31 de agosto a las cinco de la tarde. Casi no llego a la salida del bus y pensar que había solicitado que me esperen en el terminal para que me despidan. Hasta ese momento, nunca había pasado mas de ocho horas en un bus, por lo que el viaje a Arequipa se me hacía novedoso. El plan era el siguiente: Salía a las cinco de la tarde de Lima, llegaba a las ocho a Arequipa (según me rejuraron en la agencia). A las ocho y media tomaba el trasborto a Cusco a donde llegaba a tiro de nueve o diez de la noche. El carro llegó a Arequipa a las nueve y media.
Eso implicó que perdiera el trasbordo, lo que me permitió contar con algunas horas para conocer algo de Arequipa. Algo conocí. El siguiente carro a Cusco salía a las cinco de la tarde. Esperaba un cumplidor bus semi-cama igual al que me llevó a Arequipa pero me encontré con un desvencijado bus de asientos "reclinables" (ni siquera llegaba a calificar como semi-cama). El problema no es que yo sea un comodín (que con los años lo fui siendo) sino que la longitud de mis piernas hacía que yo sufriera en los angostos asientos reclinables de ese carrito. A las dos horas de viaje y en medio del yermo paisaje Arequipeño (una vez que dejas la campiña, Arequipa se torna un departamento mas bien opaco con extensas excepciones, felizmente) la desesperación empezó a cundir en mi. Sentados adelante mío, unos buenos gringos mochileros tomaban muy alegremente ron en la tapita de la chata, impregnando con el dulzón olor todo el carro. El bus paró en cada humilde aldehuela que se encontraba en el camino. Empezó a subir gente que viajó parada. Una persona subió con dos carneros amarrados que se quejaban a cada bache. Me empezó a dar soroche (a mi que viví en sierra la mitad de mi vida) y el aire que entraba por la rendija que dejé abierta era sinceramente gélido. Si a eso le sumamos que el asiento de adelante mío, al reclinarse, se apoyaba en mis rodillas y que mi propio asiento, al reclinarlo, no hacía sino aumentar la presión sobre las mismas; se entenderá que fue el viaje mas incómodo que tuve.
En algún momento de la larga noche, y antes de que pidiera a gritos "que pare el bus que me quiero bajar en este mismo punto olvidado de Dios", prendí mi walkman y puse al buen Rubén Blades. El casé me lo conocía de memoria pues lo había escuchado ene veces. Yo sabía muy bien que despues de "Cuentas del Alma" empalmaba con "Manuela". Así, escuchando "Cuentas del Alma" asumí que el viaje terminaría en algún momento, que no no me iba a morir y que o me dormía o me desmayaba pero llegaría a Cusco y nunca mas me subiría a un servicio "Ideal" de Cruz del Sur. Cerré los ojos y, cuando los abrí, sonaba "Manuela". Lástima - pensé - no dormí nada. Pero al ver la luz del amanecer y verificar mi reloj di cuenta que no había sido sólo una pestañeada de una canción a otra sino que me había dormido - o desmayado - durante tres horas, es decir, tres vueltas enteras del casé. La llegada a Cusco se me hizo sublime y el viaje de vuelta en avión, mucho más.
Hoy tenía que salir de Chimbote a la una en punto en mi cumplidor servicio Cruzero - el de la poltrona - pero el carro se malogró. Me ofrecieron salir a la 1:30 en el carro del servicio "Ideal". Son las 2:05, estoy esperando el Cruzero que sale a las 2:30. Prometí a mis piernas no volver a treparme a un "Ideal" y, hombre, hay algunas promesas que yo siempre voy a cumplir. Digo, es un decir.
2 comentarios:
Detesto los viajes largos, no sabes cuanto. No solo porque se me adormece el trasero sino porque me da mareo estar encerrada en un bus o en avion. Es como si me doliera la barriga, me doliera la cabeza y más. Te entiendo.
Hola, yo creo q es por la ruta arequipa -cuzco a mi tambien me paso lo mismo es un viaje pesimo, en la epoca q fui la carretera estaba horrible y para el colmo solo consegui los ultimos asientos asi q ya te imaginaras :(
Saludos,
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