lunes, 21 de enero de 2008

Post atrasado

Hoy salí de la casa rumbo a la oficina. Pantalón de terno, camisa, corbata, lentes oscuros, el saco en la mano izquierda, la mochila con mi ropa del gimnasio en el hombro derecho, el celular en el bolsillo de la camisa y El Comercio en la mano derecha. En San Borja brillaba el sol mañanero y yo me incorporaba a la vida luego de un domingo que lo pasé, prácticamente, en estado vegetal. Al llegar a la esquina vino una señora seguida con su hija, supongo, aunque más parecía su nieta. La mozuela de unos 11 o doce años caminaba despreocupaba, veraniega, como aburrida.

De pronto me di cuenta que todas las personas de esa edad están en vacaciones y que este lunes a las 8 y 45 no tenían más obligación que la de no dormir hasta muy tarde o, en el peor de los casos, caminar atrás de su mamá-abuela. Vacaciones de enero. Hace ya un par de años que yo no tengo vacaciones en enero. Mejor dicho, hace ya varios años que enero dejó de ser, para mi, sinónimo de vacaciones.

Y eso me trajo a la memoria un post que quería poner y no puse, como tantos otros. Una reflexión ante la avalancha navideña. Como aquel pensamiento que tuve y quise postear y no lo hice que me salió cuando abrí la bolsa del primer y único panetón que compré en esta pasada fiesta (los demás me los regalaron). Cuando solté la cinta adhesiva de seguridad y abrí el plástico, mi pisito se llenó de un aroma dulzón. Agradable. Y esas partículas adheridas a mi pituitaria me trajeron recuerdos de tiempos pasados, de infancia y de Cusco, de regalos y mesa repleta. Así que, antes de zampar el primer mordisco a mi mitad de panetón - me correspondía la mitad - reconocí que las fiestas de fin de año, para mi, huelen a panetón.

Pero el pensamiento que recordé esta mañana luego de ver a la muchachilla de marras es que, ante la progresiva pérdida de encanto que las fiestas decembrinas van teniendo cada año en mi vida, reconocí que cuando era chiquillo la navidad y el año nuevo no me gustaban por si sólas sino que lo que realmente me fascinaba es que marcaban un hito. El inicio de unos largos tres meses en los que no tenía que hacer nada, salvo jugar. Navidad era el "inicio de las vacaciones" y traía juguetes nuevos al inicio y libros interesantes después. Digamos que, como todo, lo más importante no era la fecha misma sino lo que venía despues.

Cuando enero dejó de ser sinónimo de vacaciones y navidad dejó de ser un "punto de inicio" para convertirse en un feriado más que me implicaban muchas complicaciones y mucho gasto la magia se empezó a irse y a limitarse al aroma de un panetón que comes en buena y agradable compañía.

Por ahora en el estudio nos han suprimido las vacaciones. Lo cual no es intrínsecamenete malo. Raro es el abogado que, trabajando para otro, goce de todos sus derechos laborales. Bemoles de la carrera y, creo, de todo trabajo. Cuando vuelva a tener vacaciones, creo yo, volveré a tener navidades aunque estas no caigan en diciembre sino que sean los siguientes "puntos de inicio" de temporadas en las que yo no tenga más obligación que hacer mis abdominales. Y eso, sólo dos veces a la semana. Digo, es un decir.

1 comentario:

Angélica Camacho dijo...

Si pues, le llaman madurez, tal vez responsabilidad. Yo era una fanática de la playa hasta hace unos años, no había verano sin mar. Ahora casi no llego a las tres o cuatro visitas veraniegas.

Saludos