
Sin embargo, hoy voy a suspender esa mirada indiferente hacia ese país y de pié les voy a dedicar un aplauso. ¿Por qué? Pues por que la semana pasada ese país tan dado, como dije, a cocinar habas, ha hecho lo que toda nación civilizada debería hacer. Gloria Macapagal - Arroyo, presidenta de Filipinas, firmó el viernes la ley que abolía la pena de muerte en todo ese país. Por fin, menos barbarie institucionalizada en el mundo. ¿Cómo mataban los filipinos a otros filipinos? Pues tenían dos formas igual de divertidas, al infeliz que fuera condenado le daban curso mediante un pelotón de fusilamiento o bien con la nunca bien despreciada horca. Ya no mas, bendito sea Dios.
Claro que hay quienes no están de acuerdo e incluso no faltan las críticas al gobierno de Arroyo por utilizar esto como una cortina de humo ante las denuncias de corrupción de su gobierno y de fraude en las últimas elecciones que ganó. Pero, mas allá de todo eso, lo importante es que acá ganó la humanidad en su conjunto ya que tenemos un país más que deja la cultura de la venganza como una idea, tan falsa, de camino para recuperar la paz social. Por eso, a pesar quizá de que el gobierno de Arroyo sea tal como nos lo imaginamos que es y a pesar de que Filipinas siga siendo un país tan dado a hervir habas sin sal, me alegra que se haya tomado esa decisión. ¡¡Vivan las Filipinas!!
Es cierto, debo reconocer, que posiblemente haya gente que merezca morir. Ya lo decía el mismo Gandalf (a quien se le puede tener mas respeto que a muchos otros políticos y pensadores contemporáneos) que "muchos hombres merecen morir y viven, así como muchos otros merecen vivir y mueren. ¿Puedes devolver la vida a quien muere? Entonces no te apresures a repartir la muerte por que ni el mas sabio conoce el fin de todos los caminos". Se lo dijo a Frodo y hablaban de Gollum, ese sujeto tan ladino y despreciable y que, a pesar de que no reparemos en ello, es quien causa la destrucción del anillo que, sin su participación, no hubiera sucedido nunca. Parece que Gandalf tenía razón. ¿No lo recuerdan? Pues habrá que leer de nuevo todo el libro.
Sin embargo, yo me alegro no por que comparta la amarilla moralina religiosa de "no matarás" sino por que a mi, personalmente, me aterra el hecho simple de que todo sistema humano es imperfecto y como tal cabe la gran posibilidad de que al final de cuentas puedas ejecutar a un inocente. Claro, me dirás, eso es el costo social. Y lo que yo digo es ... cuando el costo social tenga tu nombre y apellido ¿lo dirás con tanta frialdad? Cuando el inocente a quien se mate sea tu hermano o tu hijo o tu padre, ¿aceptarás con tanta indiferencia el costo social del sistema mas macabro y menos eficaz que ha creado todo tipo de sociedad? Creo que no. Ya habrá tiempo de hablar al respecto y de alegrarnos de que, felizmente, el estado Peruano tampoco aplica pena de muerte a nadie más. Por ahora es momento de aplaudir a los filipinos y pedirles que no se les hunda otro barco. Digo, es un decir.