El sábado, como casi todos los sábados, salímos con mi pata Ernesto. La elección de esta vez fue El Sargento Pimienta. Hacía muchos, muchísimos años que no iba al Sargento, desde aquella vez que me nos dimos cuenta que de noche todos los gatos son pardos. En fin, mucho que contar y poca intención de hacerlo.
Nuestra primera felicidad fue económica. Habíamos oído que el Sargento cobraba cover. trece luquillas para ser exactos y por ello nos acercamos a la puerta billeteras en ristre. Nadie nos pidió nada y eso fue motivo de la primera alegría. El Sargento pagó, para qué. Pero lo que no pagó fue la chela.
Nos ofrecieron dos Barenas de 650 ml a 17 lucones. Lo cual me pareció un precio razonable considerando que en otros lados una jarra de sabediosquechela más agua te la cabecean al mismo precio. Pero ... la Barena es lo peor que he tomado en los últimos meses (y eso que he tomado algunas cosas, eh?). Estaba helada pero era demasiado suave, demasiado ácida, demasiado light, demasiado sin gracia. Hubiera cambiado todo ese botellón de 650 ml por una buena botellita de Pilsen. Si existiera la posibilidad en el Sargento de pedir otra marca de chela, la noche hubiera sido redonda.
La Pilsen nos la tomamos en otro huequillo barranquino al que estamos cayendo regularmente. Pero fue en ese momento, justo cuando apurábamos el segundo vaso, que caimos en cuenta en toda la enormidad de la evidencia. La cerveza dejó de emocionarnos. Y ojo, no es que tomemos todos los sábados hasta perder el control de los esfínteres - aunque a veces dan ganas, de embriagarse, se entiende -, pero de que tomamos un par de buenas chelas, las tomamos. De pronto nos dimos cuenta que el líquido dejó de ser agradable, refrescante, embriagante y empezó a ser, únicamente, embotante. La sensación que tenemos luego de una botella de cerveza es sólo la de una mayúscula hinchazón abdominal. La botella la terminamos tomando de compromiso y por no votar, más aún, la plata a la basura.
Creo que va a ser motivo para que empecemos a tomar más pisco en el Bolivarcito. Eso si pone ... aún. Digo, es un decir.
Nuestra primera felicidad fue económica. Habíamos oído que el Sargento cobraba cover. trece luquillas para ser exactos y por ello nos acercamos a la puerta billeteras en ristre. Nadie nos pidió nada y eso fue motivo de la primera alegría. El Sargento pagó, para qué. Pero lo que no pagó fue la chela.
Nos ofrecieron dos Barenas de 650 ml a 17 lucones. Lo cual me pareció un precio razonable considerando que en otros lados una jarra de sabediosquechela más agua te la cabecean al mismo precio. Pero ... la Barena es lo peor que he tomado en los últimos meses (y eso que he tomado algunas cosas, eh?). Estaba helada pero era demasiado suave, demasiado ácida, demasiado light, demasiado sin gracia. Hubiera cambiado todo ese botellón de 650 ml por una buena botellita de Pilsen. Si existiera la posibilidad en el Sargento de pedir otra marca de chela, la noche hubiera sido redonda.
La Pilsen nos la tomamos en otro huequillo barranquino al que estamos cayendo regularmente. Pero fue en ese momento, justo cuando apurábamos el segundo vaso, que caimos en cuenta en toda la enormidad de la evidencia. La cerveza dejó de emocionarnos. Y ojo, no es que tomemos todos los sábados hasta perder el control de los esfínteres - aunque a veces dan ganas, de embriagarse, se entiende -, pero de que tomamos un par de buenas chelas, las tomamos. De pronto nos dimos cuenta que el líquido dejó de ser agradable, refrescante, embriagante y empezó a ser, únicamente, embotante. La sensación que tenemos luego de una botella de cerveza es sólo la de una mayúscula hinchazón abdominal. La botella la terminamos tomando de compromiso y por no votar, más aún, la plata a la basura.
Creo que va a ser motivo para que empecemos a tomar más pisco en el Bolivarcito. Eso si pone ... aún. Digo, es un decir.
1 comentario:
A veces pasa que la chela ya no pone. Pero para eso están nuestros amigos. Que pasen los señores Biondi, Absolut, Appleton, Bayleys y, bueno, Johnny.
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