miércoles, 19 de marzo de 2008

Miercóles que parece viernes.

En mi ánimo sólo hay paciencia y esperanza para el momento que el jefe se vaya de la oficina. Con esa salida empieza mi laaaargo fin de semana. Y es que, tras cuatro o cinco años de apóstata declarado, yo ya no celebro semana santa. Tampoco "semana tranca" por que, poco dado a viajar en estos días, siempre me encuentro lacio de amigos y nunca me ha emocionado tomar sólo. Además que últimamente le he cogido un respeto, más que miedo, a embriagarme. Cada vez me sorprendo más de que ya no suelo ser como antes y que mis reacciones pueden variar desde el cariño eufórico a la envalentonada más ridícula.

Además, debo decir, lo único que logran los habitantes católicamente practicantes de este país es deprimir a los que nos quedamos en la ciudad. Cuando camino un viernes santo por Lima entiendo por qué millones de personas en su sano juicio huyeron de esta lerda urbe. Me dan ganas de estar en cualquier otro lado, un sitio con sonidos agradables, con colores lindos, con música que me hable de la alegría de estar vivo y no metido en un caleidoscopio gris. De sólo pensarlo me dan ganas de que sea lunes de nuevo para ponerme a trabajar.

Pero este año si voy a hacer algo que quería hacer hace mucho tiempo. Ya estoy a punto de conseguir los aparejos necesarios y el jueves haré las compras definitivas. El viernes va a ser día de parrillada. Para darles la contra a todos aquellos que, sin cuestionarse en absoluto, asumen que a la divinidad le importa si comes o no comes tal o cual cosa un viernes cualquiera del año. Cuando me encuentro con dogmas tan tiernamente ridículos es que me alegro de estar en la vereda del frente. Mientras medio Lima esté masticando sus lentejas con bacalao remojado de un día entero, yo estaré provocando al vecindario con el delicioso olor de los chorizos y el lomo fino que estaré asando.

Cambiando de tema, hoy estuve pensando que alguien debió avisarme en qué momento dejé de ser la carga para ser el cargador. Y aunque me genera cierta satisfacción pensar que estoy en la capacidad de cargar un poquito, no deja de generarme más desazón. Digamos que es raro sentir de golpe que la vida te hace darte cuenta ya estas jugando ligas mayores y que todo lo que conociste antes no eran sino tonterías. Que recién ahora te estas enfrentando derecho a lo que son los problemas y las responsabilidades. Recuerdo a mi hermano mayor - y seguro que se relamerá hasta los "cheekbones" cuando lea esto - diciéndome que si no te vas preparando siempre, la vida te lleva de encuentro. Que nadie va a hacer sonar una campana en ningún lado para que te enteres que ya creciste, tienes responsabilidades, y ya no eres una criatura.

El jefe se fue de la oficina. Ya no tengo nada más que hacer acá. Digo, es un decir.

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