Hoy viernes es día feliz. Claro, hay cheque y eso a todo hombre chambeante que recibe quincena lo pone de buen humor. Por otro lado que esto de escribir los viernes me ha aligerado el pensamiento bloguero por que prácticamente me estoy olvidando de Digo durante toda la semana hasta hoy. Y con la misma tranquilidad de todos los viernes - que como dije son más dados a ofrecerme un tiempito para escribir - pues le doy la atención que se merece.
La primera idea que pasó esta semana y que decidí postear fue una anécdota automovilística. Iba yo regresando a mi Miraflores querido luego de pasar casi toda la mañana visitando jueces en el centro de Lima y rodeandome de abogados (ya saben, la grey a la que uno pertenece). En fin, decía que iba yo en mi taxi por pleno zanjón, leyendo las últimas hojas del último libro de Pérez Reverte - que ya terminé - cuando de pronto siento el vaivén. El primer vaivén me hizo levantar la cabeza y darme cuenta que, en efecto, estábamos yendo muy rápido. El segundo vaivén y la maniobra que no tengo la capacidad de describir me puso a pensar en otras cosas.
Y es que, luego de ver cómo el taxi en el que iba esquivó por un resquicio usualmente pequeño al carro de adelante sin que el carro de atrás nos pegue en la mitad mandándonos a las respectivas, puedo decir que casi no la cuento. Mi taxi se iba a meter una partida de campeonato y lo triste del caso es que yo estaba al medio. El momento, el quiebre, la curva, la frenada, la acelerada, la inclinada del carro, la esquivada del muro y cómo luego de eso seguimos rodando a buena velocidad rumbo a Miraflores prefiero no describirlas con detalle. Valga para ustedes la noticia de que casi me choco con dos carros y, de yapa, termino emplastado en el muro de contención del zanjón. Hubiera sido una escena digna del Chino y demás.
Mientras el taxista me miraba nervioso por el retrovisor sin atreverse a decirme nada - porque seguro pensó que se podía ahorra la retahíla de improperios a que tenía derecho - yo sólo pensaba que no me había dado cuenta, al subirme a ese cumplidor Station Wagon, que no sólo le estaba pidiendo al zambo ese que me lleve a Miraflores sino que también le estaba confiando mi vida. Y casi la pierde, macho, casi la pierde.
El susto me hizo quedarme pensando que en realidad, cada vez que te subes a cualquier carro, le estas encargando tu vida al sujeto que está en el volante. No puedo dejar de pensar en eso cada vez que me subo a un carro ultimamente. Seguramente con los días se me va a ir pasando el susto pero creo que por mientras lo seguiré pensando. Y aunque luego de que se me pase el susto ya no lo pensaré, no dejará de ser verdad.
Yo no soy muy fanático de la velocidad. Me molesta en realidad, me pone muy nervioso. Cuando yo manejaba era de las personas que, más bien, iban despacio. Nunca me gustó correr. Incluso me siento sumamente incómodo cuando subo a un carro y este acelera sin motivo alguno. Por eso es que principalmente, siempre que subo a un carro trato de distraerme leyendo algo - como esta última vez - para no estar pendiente de la velocidad que, mucha o poca, ponga el conductor.
Una idea parecida a ésta que les comento - la de encargarle tu vida al taxista, je - se me ocurrió hace años cuando sentado en el asiento del copiloto del jeep de mi hermano Daniel, quien por cierto le encanta pasarse de los 100 en cada oportunidad que tiene, decidí dejar de ponerme tenso. Bajábamos por Chachi Dibos para tomar el circuito de playas rumbo a Miraflores cual centella y mi cuello soportó los últimos niveles de endurecimiento mientras que mi mirada veía las palmeras pasar y pasar esperando ver en cuál de ellas nos íbamos a chocar. Cansado de la tensión decidí echar la cabeza para atrás y cerrar los ojos. No ver, no darme cuenta de la velocidad ni de cuanto marca la agujita del velocímetro. Tan sólo confiar ... y confié. Es mi hermano - pensé - y no nos vamos a matar.
Con la mirada puesta en otro lado, las cosas se pusieron más tranquilas. Desde entonces, cuando comparto el jeep de mi hermano estoy presto a echar la cabeza atrás y no ver el camino. Ya él sabrá qué esta haciendo. La eternidad me alcanzará para echarle la culpa, si es necesario. Je.
Ahora, eso en ciudad ¿eh? En carretera, todo me da igual.
La otra cosa es que, mientras digería el susto del casi choque (lo que no fue fácil, macho) decidí no llamar ni contar nada a nadie. Preferí guardar esa anécdota para el blog. Es que, vamos, ahora que le dedico sólo un espacio a la semana, me parece lo correcto que por lo menos le de exclsuivas ¿no?
Esta semana regresé al gimnasio. La meta ahora es llegar a los 70. Estoy a 7 kilos de la meta y creo que lo puedo lograr. Ya ahí paro la mano. Pensar que hace dos meses estaba 84. Eso motiva. Ahora, lo que desmotiva es el ver que hay ropa casi nueva que ya no la puedes usar por que te hacen ver como enfermo. Tengo un pantalón con una sola lavada que ya no puedo usar y un terno en igual situación. Lo doloroso del caso no es que la ropa ya deje de quedarme sino que uno tiene que reemplazarla y eso cuesta, macho. Gratifica, claro, pero cuesta. Aunque ... en algo tienen que irse los ahorros ¿no?
Por cierto, hablando de costos, el otro día entré al News Café y ... no paga, macho. Pedimos unas fajitas, nos trajeron un platito caliente lleno de cebollas y nos bajaron cuatro cheques por eso. No paga. Lo que si se me han antojado son los rolls. Yo no tengo mucha experiencia en comida japonesa. A las justas he probado dos que tres cosas en el restorancillo que está en el Centro Peruano Japonés (que escuché decir que no es muy bueno pero personalmente a mi me parece que está como pide chumbeque) al que me llevó Omar. Bueno, la última visita ahí se probaron unos rolls cumplidores. Yo ya había probado rolls varias veces pero nunca hasta esa vez me parecieron tan buenos. Así que estoy a la búsqueda del lugar y la oportunidad. Los consejos serán bien recibidos, por cierto (con tal que no tenga que salir del país).
Hablando de salir del país, el otro día me di cuenta que estoy fregado con esto del APEC. Verán: todos los hoteles están acá por Miraflores con lo que el tráfico y la circulación van a estar aún más difíciles que de costumbre. Seguramente uno se va a tardar eones en entrar y salir de Miraflores. Eso me perjudica el lugar de chamba que es donde mi vida se gasta más. Pero, como si eso no fuera suficiente, los encuentros van a ser en el Pentagonito - lease a escasas dos cuadras de mi casa - con lo que no sólo me perjudican el lugar de trabajo sino que de hecho me van a perjudicar también el lugar de descanso. Osea, como todo el mundo viene al país, me perjudican. Solución: irme del país.
Posiblemente la siguiente visita a Buenos Aires se hará en pleno APEC. Es una idea tentadora. Siempre es un gusto volver a Buenos Aires.
Bueno, por hoy creo que basta. Además que esto ya se está pareciendo a una bitácora de vida. Falta que empiece el post poniendo "querido diario". Digo, es un decir.
La primera idea que pasó esta semana y que decidí postear fue una anécdota automovilística. Iba yo regresando a mi Miraflores querido luego de pasar casi toda la mañana visitando jueces en el centro de Lima y rodeandome de abogados (ya saben, la grey a la que uno pertenece). En fin, decía que iba yo en mi taxi por pleno zanjón, leyendo las últimas hojas del último libro de Pérez Reverte - que ya terminé - cuando de pronto siento el vaivén. El primer vaivén me hizo levantar la cabeza y darme cuenta que, en efecto, estábamos yendo muy rápido. El segundo vaivén y la maniobra que no tengo la capacidad de describir me puso a pensar en otras cosas.
Y es que, luego de ver cómo el taxi en el que iba esquivó por un resquicio usualmente pequeño al carro de adelante sin que el carro de atrás nos pegue en la mitad mandándonos a las respectivas, puedo decir que casi no la cuento. Mi taxi se iba a meter una partida de campeonato y lo triste del caso es que yo estaba al medio. El momento, el quiebre, la curva, la frenada, la acelerada, la inclinada del carro, la esquivada del muro y cómo luego de eso seguimos rodando a buena velocidad rumbo a Miraflores prefiero no describirlas con detalle. Valga para ustedes la noticia de que casi me choco con dos carros y, de yapa, termino emplastado en el muro de contención del zanjón. Hubiera sido una escena digna del Chino y demás.
Mientras el taxista me miraba nervioso por el retrovisor sin atreverse a decirme nada - porque seguro pensó que se podía ahorra la retahíla de improperios a que tenía derecho - yo sólo pensaba que no me había dado cuenta, al subirme a ese cumplidor Station Wagon, que no sólo le estaba pidiendo al zambo ese que me lleve a Miraflores sino que también le estaba confiando mi vida. Y casi la pierde, macho, casi la pierde.
El susto me hizo quedarme pensando que en realidad, cada vez que te subes a cualquier carro, le estas encargando tu vida al sujeto que está en el volante. No puedo dejar de pensar en eso cada vez que me subo a un carro ultimamente. Seguramente con los días se me va a ir pasando el susto pero creo que por mientras lo seguiré pensando. Y aunque luego de que se me pase el susto ya no lo pensaré, no dejará de ser verdad.
Yo no soy muy fanático de la velocidad. Me molesta en realidad, me pone muy nervioso. Cuando yo manejaba era de las personas que, más bien, iban despacio. Nunca me gustó correr. Incluso me siento sumamente incómodo cuando subo a un carro y este acelera sin motivo alguno. Por eso es que principalmente, siempre que subo a un carro trato de distraerme leyendo algo - como esta última vez - para no estar pendiente de la velocidad que, mucha o poca, ponga el conductor.
Una idea parecida a ésta que les comento - la de encargarle tu vida al taxista, je - se me ocurrió hace años cuando sentado en el asiento del copiloto del jeep de mi hermano Daniel, quien por cierto le encanta pasarse de los 100 en cada oportunidad que tiene, decidí dejar de ponerme tenso. Bajábamos por Chachi Dibos para tomar el circuito de playas rumbo a Miraflores cual centella y mi cuello soportó los últimos niveles de endurecimiento mientras que mi mirada veía las palmeras pasar y pasar esperando ver en cuál de ellas nos íbamos a chocar. Cansado de la tensión decidí echar la cabeza para atrás y cerrar los ojos. No ver, no darme cuenta de la velocidad ni de cuanto marca la agujita del velocímetro. Tan sólo confiar ... y confié. Es mi hermano - pensé - y no nos vamos a matar.
Con la mirada puesta en otro lado, las cosas se pusieron más tranquilas. Desde entonces, cuando comparto el jeep de mi hermano estoy presto a echar la cabeza atrás y no ver el camino. Ya él sabrá qué esta haciendo. La eternidad me alcanzará para echarle la culpa, si es necesario. Je.
Ahora, eso en ciudad ¿eh? En carretera, todo me da igual.
La otra cosa es que, mientras digería el susto del casi choque (lo que no fue fácil, macho) decidí no llamar ni contar nada a nadie. Preferí guardar esa anécdota para el blog. Es que, vamos, ahora que le dedico sólo un espacio a la semana, me parece lo correcto que por lo menos le de exclsuivas ¿no?
Esta semana regresé al gimnasio. La meta ahora es llegar a los 70. Estoy a 7 kilos de la meta y creo que lo puedo lograr. Ya ahí paro la mano. Pensar que hace dos meses estaba 84. Eso motiva. Ahora, lo que desmotiva es el ver que hay ropa casi nueva que ya no la puedes usar por que te hacen ver como enfermo. Tengo un pantalón con una sola lavada que ya no puedo usar y un terno en igual situación. Lo doloroso del caso no es que la ropa ya deje de quedarme sino que uno tiene que reemplazarla y eso cuesta, macho. Gratifica, claro, pero cuesta. Aunque ... en algo tienen que irse los ahorros ¿no?
Por cierto, hablando de costos, el otro día entré al News Café y ... no paga, macho. Pedimos unas fajitas, nos trajeron un platito caliente lleno de cebollas y nos bajaron cuatro cheques por eso. No paga. Lo que si se me han antojado son los rolls. Yo no tengo mucha experiencia en comida japonesa. A las justas he probado dos que tres cosas en el restorancillo que está en el Centro Peruano Japonés (que escuché decir que no es muy bueno pero personalmente a mi me parece que está como pide chumbeque) al que me llevó Omar. Bueno, la última visita ahí se probaron unos rolls cumplidores. Yo ya había probado rolls varias veces pero nunca hasta esa vez me parecieron tan buenos. Así que estoy a la búsqueda del lugar y la oportunidad. Los consejos serán bien recibidos, por cierto (con tal que no tenga que salir del país).
Hablando de salir del país, el otro día me di cuenta que estoy fregado con esto del APEC. Verán: todos los hoteles están acá por Miraflores con lo que el tráfico y la circulación van a estar aún más difíciles que de costumbre. Seguramente uno se va a tardar eones en entrar y salir de Miraflores. Eso me perjudica el lugar de chamba que es donde mi vida se gasta más. Pero, como si eso no fuera suficiente, los encuentros van a ser en el Pentagonito - lease a escasas dos cuadras de mi casa - con lo que no sólo me perjudican el lugar de trabajo sino que de hecho me van a perjudicar también el lugar de descanso. Osea, como todo el mundo viene al país, me perjudican. Solución: irme del país.
Posiblemente la siguiente visita a Buenos Aires se hará en pleno APEC. Es una idea tentadora. Siempre es un gusto volver a Buenos Aires.
Bueno, por hoy creo que basta. Además que esto ya se está pareciendo a una bitácora de vida. Falta que empiece el post poniendo "querido diario". Digo, es un decir.
1 comentario:
Entonces no te subirías jamás a una montaña rusa o algo por el estilo? La velocidad que ofrece puede hacer que pierdas el sentido. Yo lo se.
Te sugiero que tomes taxis con viejitos de conductores, ellos son mas tranquis al volante.
Bravo por esos kilos de menos, mientras tu bajas yo siento la pegada de comer snacks y chucherías, horror!!
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