Trujillo me trató bien. Bonita ciudad. Lindo clima, calido en las mañanas, caluroso en el medio día y un poco frio en las noches. En realidad hacía mucho tiempo que quería conocer esa ciudad y, la verdad, el encargo laboral me cayó como anillo al dedo. Gonzalo se tuvo que ir para Trujillo y allá fue y se sintió feliz.
Es lógico que estar fuera de casa lo tenga a uno extrañando a la gente que quiere pero, en realidad, el hecho de viajar lo llena de otra sensación. El saberte en un sitio donde no has estado antes es una sensación que, personalmente, a mi me llena de emoción. Mas que viajar, mi gusto es "estar". Y estuve feliz de estar ahí.
Asi que decidí darle a esa ciudad un hito, que sea parte protagónica, que en ella se quede algún punto referencial en mi vida.
Y lo hice.
Debió ser cuando yo tenía 12 o 13 años y estaba en secundaria cuando empezaron, lenta, pausamente, a caerse de mi cabeza. El cepillo se llevaba varios de ellos y aunque por momentos resultaba preocupante, la verdad es que no me alarmé mucho en ese entonces. Total, lo que mas tenía mi cabeza era cabello y a esa edad, el momento de imaginarme sin pelo estaba, iluso yo, bastante distante.
La caida del cabello fue una constante de mi adolescencia, aun así me di el buen gusto de tener la melena alboratada durante los primeros años de universidad. Mi cabello fue crespo y algunos rizos eran largos, muy largos. Recuerdo que el mechón de mi frente podia estirarse hasta mi barbilla. Ese año fue 1998 y yo era un pelucón más.
El 2000 empecé a practicar, y el trabajo empezó a exigirme pelo corto. Y con el pelo corto la constante huida de foliculos capilares se fue haciendo más y más evidente. Las entradas fueron tomando una dimensión mas exagerada y mas notoria. La gente empezó a fastidiar y los consejos empezaron a llegar, que la placenta, que el champu tal que la locion esa.
Y probe varias, desde el caletísimo "Pelito" que vendian en tiendas naturistas hasta las nunca bien ponderadas ampollas de placenta y algún spray vigorizante que mi madre compró a una vendedora de Unique y que, durante un tiempo, juramos que funcionaba.
Pero nada funcionó.
A veces, en los escasos minutos que me mantengo despierto luego de apagar las luces (me hubiera gustado hablar de mis largas noches de insomnio pero, lo siento, no sufro de insomnio), me atacaba un pensamiento y era que tenía que resignarme a que el bendito cabello se vaya. Una señal de amor es dejar ir, pensaba. Y quien se va amando, regresa. Quien se va sin que lo boten, regresa sin que lo llamen. Pero algo me decía que el cabello ¡ay! no regresaría.
Empecé a preguntar a amigos, queridos y conocidos qué tal me vería si me cortaba el pelo chiquitito, grado 2 o 1. Las versiones fueron contradictorias y mi cobardía me mantenia con reparos.
El martes pasado conocí la ciudadela de Chan Chan. Regresé al hotel con harto polvo en los zapatos y hartas fotos en el celular (me olvidé llevar cámara fotográfica). Me vi despeinado en el espejo del hotel, como tantas otras veces, e intenté arreglarme los cabellos. Me senti mal tratando de acomodarme el pelo y tomé la decisión de regalarle a Trujillo el mas ínfimo de los honores que ha recibido. Aquel de ser la ciudad donde declare a voz en cuello que reconozco que he perdido la batalla contra la caida del cabello, aquella que nunca peleé en serio. Y de ser además la ciudad donde adoptaría el nuevo look que quizá me acompañe el resto de la vida.
La historia nacional dice que Trujillo, el 24 de diciembre de 1820, fue la primera ciudad del país en declarar la independencia del Perú. Mi historia personal dirá que el 17 de octubre del 2006, en la ciudad de Trujillo, reconocí publicamente mi derrota y mi rendición. La batalla ha sido perdida. Digo, es un decir.
Es lógico que estar fuera de casa lo tenga a uno extrañando a la gente que quiere pero, en realidad, el hecho de viajar lo llena de otra sensación. El saberte en un sitio donde no has estado antes es una sensación que, personalmente, a mi me llena de emoción. Mas que viajar, mi gusto es "estar". Y estuve feliz de estar ahí.
Asi que decidí darle a esa ciudad un hito, que sea parte protagónica, que en ella se quede algún punto referencial en mi vida.
Y lo hice.
Debió ser cuando yo tenía 12 o 13 años y estaba en secundaria cuando empezaron, lenta, pausamente, a caerse de mi cabeza. El cepillo se llevaba varios de ellos y aunque por momentos resultaba preocupante, la verdad es que no me alarmé mucho en ese entonces. Total, lo que mas tenía mi cabeza era cabello y a esa edad, el momento de imaginarme sin pelo estaba, iluso yo, bastante distante.
La caida del cabello fue una constante de mi adolescencia, aun así me di el buen gusto de tener la melena alboratada durante los primeros años de universidad. Mi cabello fue crespo y algunos rizos eran largos, muy largos. Recuerdo que el mechón de mi frente podia estirarse hasta mi barbilla. Ese año fue 1998 y yo era un pelucón más.
El 2000 empecé a practicar, y el trabajo empezó a exigirme pelo corto. Y con el pelo corto la constante huida de foliculos capilares se fue haciendo más y más evidente. Las entradas fueron tomando una dimensión mas exagerada y mas notoria. La gente empezó a fastidiar y los consejos empezaron a llegar, que la placenta, que el champu tal que la locion esa.
Y probe varias, desde el caletísimo "Pelito" que vendian en tiendas naturistas hasta las nunca bien ponderadas ampollas de placenta y algún spray vigorizante que mi madre compró a una vendedora de Unique y que, durante un tiempo, juramos que funcionaba.
Pero nada funcionó.
A veces, en los escasos minutos que me mantengo despierto luego de apagar las luces (me hubiera gustado hablar de mis largas noches de insomnio pero, lo siento, no sufro de insomnio), me atacaba un pensamiento y era que tenía que resignarme a que el bendito cabello se vaya. Una señal de amor es dejar ir, pensaba. Y quien se va amando, regresa. Quien se va sin que lo boten, regresa sin que lo llamen. Pero algo me decía que el cabello ¡ay! no regresaría.
Empecé a preguntar a amigos, queridos y conocidos qué tal me vería si me cortaba el pelo chiquitito, grado 2 o 1. Las versiones fueron contradictorias y mi cobardía me mantenia con reparos.
El martes pasado conocí la ciudadela de Chan Chan. Regresé al hotel con harto polvo en los zapatos y hartas fotos en el celular (me olvidé llevar cámara fotográfica). Me vi despeinado en el espejo del hotel, como tantas otras veces, e intenté arreglarme los cabellos. Me senti mal tratando de acomodarme el pelo y tomé la decisión de regalarle a Trujillo el mas ínfimo de los honores que ha recibido. Aquel de ser la ciudad donde declare a voz en cuello que reconozco que he perdido la batalla contra la caida del cabello, aquella que nunca peleé en serio. Y de ser además la ciudad donde adoptaría el nuevo look que quizá me acompañe el resto de la vida.
La historia nacional dice que Trujillo, el 24 de diciembre de 1820, fue la primera ciudad del país en declarar la independencia del Perú. Mi historia personal dirá que el 17 de octubre del 2006, en la ciudad de Trujillo, reconocí publicamente mi derrota y mi rendición. La batalla ha sido perdida. Digo, es un decir.
3 comentarios:
Lo importante es que no pierdas las ideas, y veo que tienes de sobra. Imagino que tu nuevo look aún te tiene extrañado pero me impresionó mucho tu valentía.
Califica como una batalla aquella lucha en la que no te da la gana de pelear?
que la bella trujillo te recuerde que siempre es mas facil rendirse, que enfrentar. y que por mas que no te guste a veces la gente sabe lo que dice cuando te dice que hacer.
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